La propia idea de viajar a veces resulta extraña. Uno se sube a un tubo grande con alas y luego aparece en otro lugar, está unos días por ahí y luego regresa de la misma manera. Y al final resulta que uno realmente nunca abandona la burbuja, siempre está protegido por las capas de los gustos, los amigos, los colegas, el dinero. Entonces pasa que uno termina conociendo más gente parecida a la que ya conoce, más lugares similares a los que ya hemos visto en otras ciudades, más de lo mismo, a fin de cuentas.
Pero a veces la burbuja se rompe y uno puede vislumbrar realmente cómo es ese otro lugar, cómo son esas otras personas que lo habitan, cómo es esa idea original que en un principio nos hizo viajar.
Este año que acaba de terminar viajé desde que empezó hasta que terminó. No lo digo por fanfarronear, pasa que así sucedió. Comparado con otras personas que conozco que han viajado en el año casi el triple y a sitios mucho mas “exóticos” o “caros”, lo mio no es nada, pero -de nuevo- así es como fue y estoy satisfecho con eso.
Por ejemplo, siempre quise conocer México, pero nunca se había dado la oportunidad. Hace unos de meses se dio. Esta es la breve historia.
Primero: la ilusión. Saber que por fin conocería México fue emocionante. Empezamos -decidí viajar con mi pareja- a priorizar qué visitar en los pocos días que tendría libres.
Segundo: el miedo. Ver y leer testimonios de gente a la que se le había negado la entrada a México, principalmente de nacionalidad colombiana -mi pareja ES colombiana- y con maltratos de por medio, fue de terror. Así que imprimimos cada detalle y soporte de nuestro itinerario día a día.
Tercero: la realidad. Compatibilizar un viaje de trabajo con un viaje personal, más aún si es en pareja, es complicado. Felizmente se pudo lograr que no se interfirieran mutuamente y que cada cual rindiera lo mejor de si. Menos mal que el fin de semana jugaba a nuestro favor.
Y bueno, llegado el día del viaje… pues nos fuimos. Tras una breve escala en Panamá aterrizamos en México cerca de la medianoche. Era el momento esperado y a la vez temido. Para hacerla corta: nos presentamos en migraciones México y le entregué los dos pasaportes al funcionario. “¿Ella viene contigo?” me preguntó, dije que si y el resto del trámite “ella” fue olímpicamente ignorada. Bienvenidos a México y listo.
Como les dije, el viaje nos fue muy bien, tanto la parte que estuvimos juntos como la que me tocó luego hacer solo. Pero pasó lo que mencionaba al principio, me recomendaron casi con carácter de exigencia, no ir por tales o cuales zonas de la ciudad y quedarme por las partes nice. Me dijeron no tomar taxis locales. Me pidieron que por favorcito ande con mucho cuidado. “I’m not a gringo!” dijo mi punk interior.
Pero bueno, seguí las recomendaciones, en la parte del viaje que fue con mi pareja sobre todo. En la parte “corporativa” del viaje era obvio que iba a ser un ambiente supercontrolado, así que también. Pero luego tuve 3 días libre, solo, a mi entera potestad (inserten risa maquiavélica).
El resultado… no me pasó nada. Disfruté la ciudad a mi gusto y conocí cosas y gente que de otra manera no hubiera conocido. En las mañanas caminé a mis anchas desde mi hospedaje entre La Roma y Condesa hasta el centro histórico de la ciudad, comprando libros de segunda mano y fotografiando todo lo que veía. Las tardes fueron diferentes, me aseguré de contar con la compañía adecuada, así que llamé a mis cuates -hackers, yuppies y punk-rockers de barrio-, y fuimos por sitios caletas de la ciudad a por las cervezas, la comida y los ricos rajes de lo que es ser latinoamericano.
Al final si bien no pude evitar las burbujas, por lo menos estuve en varias. Y con esto doy por cerrado el ejemplo México.
Porque sobre lo que quería reflexionar era sobre las burbujas, sí, pero desde el punto de vista digital, y como esto refuerza la permanencia en ellas. Primero me sucedió en Costa Rica y luego -casi un año después- en Uruguay. Hospedajes prepagados en AirBnb, viajes en Uber, comidas por delivery (escoja el servicio de su preferencia o el que le recomienden, las apps se bajan y se borran luego). En ambos sitios nunca tuve que cambiar dinero a moneda local. Hace unos años me hubiera parecido increíble, ahora un poco menos, pero no deja de sorprenderme.
¿Consecuencia de todo esto? menos contacto humano. Uno llega al Airbnb pone la clave en la cerradura, entra al edificio, llega al depa, pone otra clave en la cerradura y listo. No hay recepcionista, personal de limpieza ni otros huéspedes. Para salir pides el Uber, llega, bajas, te subes, saludas y al rato te bajas y ya, no regateaste precio ni esperaste por el vuelto. Para pagar cosas está la tarjeta, pero esto no es nuevo claro. Y también están los deliverys, pides lo que se te antoje y al rato llega, lo recibes, te lo comes y todos contentos.
Si, son cosas que facilitan la vida, en Alemania prácticamente fuimos a comer solo a franquicias por que sus pantallas de autoservicio tenían la opción de poner el menú en castellano. La excepción fueron los restaurantes de los turcos que sí o sí te entienden lo que quieres aunque sea a señas, y es no se puede estar en Berlín sin comer los Döner kebab, definitivamente.
Pero todo tiene un costo y eso que nos resulta conveniente por que estamos cansados y no queremos ver más gente, al final termina aislándonos de lo que queremos conocer, de la experiencia real. Si no fuera por las escapadas que me di, no recordaría haber escuchado los dejos o acentos mexicanos en primera persona, no recordaría las caras de la gente común, no habría tenido que usar dinero mexicano para pagar cosas sencillas en una tienda de barrio.
Pero la contradicción es parte de mi y no voy a dejar de seguir usando esos servicios digitales que a veces deploro. Lo que no quita que no siga a la búsqueda de oportunidades para romper la burbuja, irme off the beaten path y hackear el sistema.
¡Gracias por leer! Pero sobre todo por seguir ahí. Me ausenté (nuevamente) más de un año de este espacio pero finalmente logré robar momentos a otras ocupaciones / me inspiré para darle forma a una nueva edición de la newsletter.
Nuevamente gracias, y a los que recién me leen, pues ¡bienvenidos!
Ayyy no he blogueado ni posteado mucho lo hecho este año… tan solo en TikTok traté de subir algo, pero ni así, me quedé en enero. Igual en enero fue que estuve en Alemania, por lo que venga acá mi entrada a dichas tierras:
Por bobo no me subí al vagon techno de Berlín.
Y uno de mis momentos favoritos en ese viaje:
Tres lecturas de hoy o ayer:
Adorno en Berlín o de la importancia de dicha ciudad para el rock y varios de sus estilos.
Sobre lugares instagrameables y la deriva de las redes sociales. Ya que hemos hablado de viajes que mejor que traer la visión de Jorge Gobbi un amigo argentino especialista en el tema.
Viajar no es un derecho, sigue siendo un privilegio. Otro de Gobbi, que como digo es un experto en el tema y lo analiza casi siempre críticamente.
Y esto es todo.
¡Que tengan un buen día!