Un día cualquiera
Cada día, incluso uno de estos tan pandémicos, puede tener sus propios logros y anécdotas.
Estaba yo a media mañana barriendo la entrada de la casa, cuando pasó el ropavejero al que suelo vender las cosas que caen en desuso. Como siempre el man al verme me preguntó si no había nada mientras iba bajando la velocidad, pero a pesar que le hice el gesto de que no, se detuvo y bajó de su triciclo. Quería charlar. Dejé de barrer y le pregunté que tal iba el negocio. De esa conversa trivial que iniciamos pronto el hombre pasó a contarme cómo había cambiado su rutina diaria. Temprano, luego que su mujer sale a su trabajo, él prepara la comida y la deja lista para que sus hijos se sirvan a la hora del almuerzo. Después de hacer eso recién sale a trabajar. Estos días está cocinando menestras tres veces a la semana ya que le resulta más conveniente: son fáciles de hacer, baratas y alimentan.
La charla siguió un rato y luego nos despedimos. Yo terminé de barrer la vereda, luego la entrada al garaje y con eso di por concluida mi expedición diaria a la calle. Entré a la casa, me lavé las manos, me saqué la doble mascarilla y fui directo a bañarme. Ya cambiado dejé las ropas usadas en la canastilla de la ropa sucia, me lavé las manos, saqué de la refrigeradora unas cuantas presas de pollo y las puse en la olla a hervir con un poco de sal.
Mientras el fuego hacía lo suyo me puse darle los últimos toques a una traducción -ya revisada por una colega- para los amigos de Periodismo Ciudadano. En este caso se trataba de un artículo sobre Bellingcat, un sitio web de periodismo de investigación que anda en boca de toda la gente interesada en estos temas por su uso del código abierto para realizar sus investigaciones.
Antes de terminar la revisión me empezó a llegar un rico olor que me avisaba que el pollo ya estaba hirviendo, pero decidí dejarlo al fuego unos minutos más. Cuando me paré a mirar la olla olía tan rico que fui a preguntarle a mi hija si le apetecía cambiar el menú por un caldo de pollo. Ya con su aprobación, le bajé el fuego al pollo, puse a hervir papa, huevos y algunas verduras en otra olla, corté cebollita china en rodajitas y kión en trocitos, saqué los huevos, y al rato, cuando las papas ya ablandaban las pasé a la olla del pollo junto con las verduras, subí el fuego y eché fideos cabello de ángel, agregué el kión, y esperé. Cuando el fideo ya estaba listo añadí la cebollita china e hice lo que menos me gusta de cocinar, probar que tal estaba. Después de soplar y soplar para que se enfríe, mi lengua me dijo que si, que no estaba mal, pero para asegurarme saqué un cubito de caldo de pollo, lo partí en dos, y piqué chiquito una mitad antes de echarla a la olla, agregué pimienta y orégano, removí todo y luego de unos minutos apagué la candela.
Luego de una media hora serví los platos cuidando que a cada quien le tocara su presa de pollo, añadí sus respectivos huevos y a almorzar. No se si por compromiso pero todos dijeron que estaba muy rico, sin embargo yo sé que pudo estar mejor.
Tras el descanso post almuerzo retomé la revisión de la traducción y ya terminada la envié a la editora de Periodismo Ciudadano, que la publicó al día siguiente. Por mi parte dediqué el resto de horas de la jornada a la plácida procastinación en Internet y redes sociales, mezclada con algunas coordinaciones para diversos proyectos. Pero la sensación que me duró hasta que me dormí fue que yo realmente este día no me levanté sabiendo que sería la primera vez que haría caldo de pollo, la verdad.
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